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Los que no tienen nada… y dan tanto

Maribel no me oye. Ni puede hablarme. Pero no deja de mirarme fijamente mientras le doy la comida, poquito a poco. A la cuarta cucharada me coge la mano izquierda, y la tiene entre la suya hasta que terminamos. Me cuesta continuar sin que se me caiga alguna lágrima –qué le vamos a hacer, hoy estoy ‘blandita’…- pero hay que echarle fuerza para terminar esta mañana de voluntariado como la hemos empezado: con una gran sonrisa.

Maribel vive en Cottolengo. Como Isidra. Como Fátima, Elisina, Emma o Merche….y muchas más. Ellas no tienen nada, pero lo tienen todo. Porque no tienen casa, ni dinero, ni familia…pero tienen el amor incondicional y voluntario de todos los que les rodean: las monjas que les cuidan sin esperar nada a cambio, los que dejan un tranquilo fin de semana en casa por unas horas de trabajo extra: limpiar, lavar, hacer la comida, ordenar ropa….y sobre todo quererlas.

Porque a Isidra lo que le gusta es hablar de su pueblo, Maqueda, donde su madre le enviaba a los recados cuando era pequeña….”por eso no pude ir a la escuela”, me dice. “Éramos cuatro chicos y tres chicas..”. Y a Merche le gusta ponerse diademas y collares, y cuidar de Fátima, su muñeca…”¿sabes que mi tío me decía que estaba loca?”. “Pues no le hagas caso, Merche, que tu tío no te quería, pero aquí te quieren mucho y todas te llaman “encanto”. Y a Emma se le salen de la cara unos ojos verdes que encandilan, y una sonrisa inconfundible…aunque sólo acierte a repetir una palabra, una y otra vez, machaconamente, porque no tiene otra forma de expresarse. Y a Ramona se le hace cuesta arriba caminar unos metros hasta el comedor, “estoy cansada, no tengo ganas de comer…”…pero a sus 97 años todavía le queda una mirada curiosa. Y Rosa no habla, ni se mueve….pero sonríe. Y Toñina dice ‘no’ con la cabeza cuando quiere decir ‘si’. Y todas se ponen contentas cuando vamos a pasear. Y probablemente no entienden nuestro complicado mundo, ni falta que les hace. Ellas viven en el suyo, mucho más cálido y sencillo.

En Cottolengo no hay lujos. No hay muebles modernos, ni tecnología punta…pero todo está limpio, muy limpio. Y ordenado. Y hay amor a raudales, de eso sobra por todos sitios. Para las monjas que lo atienden, es su vida. Y para los voluntarios, también parte de la suya. Gente como Pilar o Magalis, que llevan ya años dejándose horas y esfuerzo al lado de las ‘chicas’. Las lavan, las peinan, las limpian…Ni una mala cara. Ni un mal gesto. Lo dan todo a cambio de nada. O mejor, a cambio de todo. Porque una sonrisa es un premio. Y si no hay sonrisa, ni gesto, ni respuesta (porque a veces, al mirarlas, sólo se ve el vacío….) el premio es el mismo. ¿Hay algo más gratificante que entregar amor? ¿algo más valioso?.

Ha sido una mañana, pero se ha hecho corta. Ha faltado tiempo para hacer cosas. Pero ha sobrado para valorar la inmensa e impagable labor que se hace en este lugar. A su lado, nos hemos quedado pequeños, muy pequeños, en nuestro cómodo, tecnológico, y competitivo mundo diario.

Maribel no me oye. Ni puede hablarme….pero no deja de mirarme fijamente mientras le ayudo con la cuchara. Hoy dormirá, probablemente, sin acordarse de quién le dio de comer. Pero quien le dio de comer se irá a dormir con sus ojos clavados en la cabeza. Y sobre todo en el corazón.

Ángeles Mirón Martín (ATRESMEDIA)

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